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Jueves 18 de agosto de 2011
Por Mario Goldenberg
La polémica que se ha producido por la instalación de cámaras en los colegios de la ciudad de Buenos Aires, plantea un problema ético clave de nuestros tiempos. El ministro de Justicia y Seguridad porteño, Guillermo Montenegro, apelará el fallo que frenó la instalación de cámaras de seguridad en las escuelas, pues enfatizó que es para cuidar los bienes y no vigilar los alumnos, se olvida de que los bienes que hay que preservar en primer lugar son los alumnos.
Rimbaud decía del siglo XIX que fue un siglo de manos, el siglo XX ha sido un siglo de máquinas y el siglo XXI se perfila como un siglo de pantallas. Las pantallas y las cámaras están en todos lados y nos pasamos gran parte del día frente a ellas: el smartphone , la PC, la iPad o el LCD son nuestro prójimo más cercano. Incluso son la vía de lazo con nuestros semejantes.
La vigilancia no es un invento del siglo XXI. En 1791, Jeremy Bentham ideó una cárcel en la cual se vigilara todo desde un punto, sin ser visto. Bastaría una mirada que vigile y cada uno, sintiéndola pesar sobre sí, terminaría por interiorizarla hasta el punto de vigilarse a sí mismo. Bentham se dio cuenta de que el panóptico era una gran invención no sólo útil para una cárcel, sino también para las fábricas y las escuelas. Michael Foucault lo ha analizado en Vigilar y castigar (Siglo XXI, México, 1976.) Hay muchos ejemplos de este dispositivo, por ejemplo la famosa penitenciaria de Ushuaia en Tierra del Fuego.
Sin embargo, la proliferación de cámaras de video vigilancia es un fenómeno del siglo XXI, que parte de la lógica inmunitaria de la seguridad como plantea el filósofo napolitano Roberto Espósito. Son los dispositivos que buscan proteger la vida, pero atentan contra la vida misma, en este caso la protección de los bienes de las escuelas, constituyen a los alumnos en potenciales sospechosos e invaden su privacidad.
Recordemos que las cámaras de seguridad en Londres (es el país que tiene más videocámaras por habitantes del mundo) no pudieron frenar el estallido social ni los saqueos, las cámaras de Virginia Tech no pudieron evitar la masacre efectuada por Cho Sueng- Hui en el 2007. Y tampoco las cámaras de seguridad pudieron evitar la matanza en la escuela de Río de Janeiro acontecida este año.
Es una época en la que todo tiende a ser visto, hay un empuje a la transparencia absoluta. Recordaba que Paula Sibila, socióloga argentina que vive en Brasil, ha publicado un libro titulado La intimidad con espectáculo (FCE, Buenos Aires, 2008).
Desde hace unos años participo en el consejo asesor del Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas, (UNSM - ME) y por suerte nunca se planteó tratar el tema con cámaras de vigilancia, sino más bien poder interpretar y hacer una lectura de este síntoma social. En este sentido, la mirada de vigilancia pierde de vista la posibilidad de hacer una lectura de lo que muestra sintomáticamente la sustracción de algún objeto en el ámbito escolar. Es una época en la que todo puede ser visto, la tecnología cada vez avanza más en ese sentido y atenta contra la intimidad, la privacidad y el secreto. Esto mismo tiene consecuencias arrasadoras para la subjetividad contemporánea. Ahora bien, ¿quién vigila las cámaras?.
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