El incansable despliegue de actividades de la sociedad globalizada
Miércoles 10 de noviembre de 2010 Publicado en edición impresa
CAMBRIDGE, Massachusetts.- Desde el nacimiento de Estados Unidos, una batalla silenciosa se ha desarrollado con respecto a las palabras que denotan el alma de la nación. Ahora, un recuento puede definir a las victoriosas: "logro" (achievement) y "diversión" (fun).
Desde la década de 1810 hasta el siglo XXI, la frecuencia con que aparece el término "logro" en inglés norteamericano escrito aumentó 11 veces, según una reciente investigación realizada por el Corpus de Inglés Estadounidense Histórico, una base de datos de 107.000 periódicos, revistas, novelas, obras de teatro y guiones cinematográficos. En el mismo período, la frecuencia con que aparece la palabra "diversión" se multiplicó más de ocho veces.
Mientras tanto, otro par de palabras sufrió un destino opuesto. En tanto la frecuencia del término "logro" aumentaba en el curso de estos dos siglos, la palabra "excelencia" perdía preferencia de uso, empleándose 11 veces menos. Y mientras "diversión" ganaba importancia, las menciones de "placer" disminuyeron cuatro veces.
En la historia del lenguaje, las palabras ascienden y caen. Las hacemos y rehacemos y, al mismo tiempo, ellas nos hacen y rehacen a nosotros.
La historia de una palabra es tan compleja como un huracán. Es difícil saber con certeza cómo gana popularidad, satisface nuevas necesidades y adquiere nuevos usos y valencias. Por eso, es imposible atribuir la decadencia de una palabra al ascenso de otra.
Sin embargo, en los destinos de estos dos pares de palabras se insinúa un viraje de la cultura estadounidense, y es un viraje que sin duda ha ejercido influencia en todo el mundo. Se trata de un distanciamiento de la idea, que podría calificarse de aristocrática, del valor intrínseco de las cosas: del placer, con su sentido de una condición interna de la mente, hemos pasado a la diversión, tan estrechamente asociada con las actividades externas, y de la excelencia, una característica interna cuya concreción es su propia recompensa, pasamos al logro, al que se llega con el esfuerzo y el reconocimiento.
El diccionario Merriam-Webster define "placer" como "un estado de gratificación", en tanto "diversión" es "lo que proporciona entretenimiento o gozo, específicamente, palabras y acciones lúdicas y con frecuencia bulliciosas". Además, define excelencia como "la cualidad de ser excelente", que a su vez significa "muy bueno en su clase: eminentemente bueno". "Logro", por su parte, es "un resultado ganado con esfuerzo".
El arco que va del uso de la palabra "placer" al uso del vocablo "diversión" puede trazarse explorando la base de datos del Corpus. En una pieza teatral de 1812, John Blake White escribió: "¿Para qué sirve la riqueza, si no es para comprar placer? ¿Para qué la salud, si no para saborear, cuando el placer ofrece su copa y nos invita a beberla?" En 2009, en cambio, este renglón del novelista Hyatt Bass era mucho más típico de la época: "Vamos, ¿no les parece divertido tener una botella de vino que fue lanzado el mismo mes en que ustedes se comprometieron?"
El "placer" conlleva un atisbo de lo sublime, habla de un estado mental que se presenta orgánicamente, que no necesita ser artificialmente inducido. La "diversión", en cambio, aunque para los hablantes contemporáneos es casi sinónimo de "placer", suele implicar un incentivo artificial. Uno no siente diversión, sino que hace algo divertido. Y la diversión no tiene ni un atisbo de elitismo, mientras que el placer resulta vagamente de elite.
Las cataratas imponentes producen placer; los partidos de paintball , en los que los amigos, con ánimo lúdico (y a veces con cierta crueldad) se disparan entre sí perdigones de pintura, proporcionan diversión. Una cena prolongada y con buena conversación puede ser un "placer"; un bar bailable atestado, oscuro y sudoroso probablemente sea calificado de "divertido".
Si el "placer" proviene del propio ser y del intercambio de ideas, la "diversión" procede de los actos y, con frecuencia, de desconectar el cerebro. Ese cambio posiblemente justifique, en parte, la insistencia sobre el despliegue de actividades en toda ocasión, en vez de confiar en que el placer pueda darse por sí mismo.
Hoy es raro aquí el feriado corporativo o la fiesta de Acción de Gracias que no incluya un torneo de Nintendo Wii o algún otro juego. En los momentos en que otros comen, beben y conversan, los estadounidenses suelen crear actividades temáticas y exhibiciones de talentos.
En Comer, rezar, amar , el libro de memorias que se convirtió en best seller de Elizabeth Gilbert, la autora relata que descubrió la idea italiana de placer como si fuera una ciudad sepultada: "Durante mis primeras semanas en Italia, todas mis sinapsis protestantes se convulsionaban angustiadas, buscando alguna tarea a que abocarse. Quería cumplir con el placer como si fuera un deber". La autora concluye: "Los estadounidenses tienen una incapacidad de relajarse y aceptar el puro placer. Nuestra nación persigue el entretenimiento, pero no necesariamente el placer". Los italianos, por su parte, son maestros del bel far niente , la belleza de no hacer nada, escribe Gilbert.
Después, tenemos el arco que va de la "excelencia" al "logro".
Consideremos esta estrofa de un poema de 1813: "Así ella nos dio una enseñanza moral:/ que el hombre entendería, pero sin alcanzar nunca/ la mayor excelencia, para de ese modo demostrar/ que en el mundo todo es vanidad".
Y veamos este otro fragmento, en este caso de una biografía escrita en 2005: "El joven persigue arduamente su sueño; mientras otros se burlan, emprende un solitario viaje desde el campo a la ciudad en pos de su realización personal, supera obstáculos con una combinación de coraje, determinación y talento, y finalmente asciende hasta la cúspide del logro y la prosperidad".
La "excelencia", con sus connotaciones de virtud, evoca a Aristóteles. Cualquiera puede tener logros, en la recolección de residuos o en la neurocirugía, ¿pero cuántos pueden alcanzar verdaderamente la excelencia?
"Para los antiguos griegos, la felicidad era la plena utilización de las propias capacidades siguiendo los lineamientos de la excelencia", dijo en una oportunidad el presidente John F. Kennedy.
En cambio, los líderes de hoy tienden mucho más a usar el término "logro", que, al igual que "diversión", es de naturaleza exterior. Es algo que se produce al hacer cosas específicas. Algo que se consigue más controlando objetos y cosas que desarrollando las potencialidades internas de cada uno.
La cultura del logro impregna toda la vida actual. Desde los exámenes de la escuela primaria hasta la incesante presión en el rendimiento universitario, la cultura educativa de hoy privilegia la acumulación de logros en los resultados por encima de la brillantez intelectual. En parte, Wall Street se derrumbó porque todos buscaban recibir bonificaciones por sus logros, descuidando la persecución de la excelencia en su vocación. Una cultura que promueve la celebridad instantánea les enseña a los jóvenes que la fama es un fin en sí mismo y no un síntoma incidental de excelencia en su oficio.
El mundo en el que primaban el "placer" y la "excelencia" era menos igualitario que nuestro mundo de hoy. Dejaba fuera a grandes categorías de la humanidad. En los años transcurridos desde entonces, esas exclusiones disminuyeron: el mundo se abrió para muchos (especialmente, en Estados Unidos). Pero junto con ese cambio se produjo otro: una aparente intolerancia del hecho de meramente ser, y una angustiosa insistencia en hacer, hacer, hacer.
Traducción de Mirta Rosenberg
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