Masacre de Patagones
28 de Septiembre 2012
LA NACION recorrió el pueblo y habló con los protagonistas del doloroso suceso del 28 de septiembre de 2004
Por Tomás Rivas y Sol Amaya | LA NACION
"Cuando escuché el primer disparo, me reí. Pensé que era una pistola de cebita. Hasta que vi la vaina de la bala. Ahí me di cuenta de que no era joda". Ninguno pensó que era algo real. Nadie se imaginaba que algo así podía sucederles. Eran apenas adolescentes y estaban en lo que consideraban su segundo hogar: la escuela. El que recuerda aquella imagen es Rodrigo Torres, uno de los jóvenes que resultó gravemente herido en el hecho que se conoció como la "Masacre de Carmen de Patagones", ocurrida el 28 de septiembre de 2004 . Siete años más tarde, LA NACION recorrió el pueblo y habló con los protagonistas de una tragedia que aún atormenta a toda una comunidad.
UNA MAÑANA TRÁGICA
Rodrigo no tenía ganas de ir a la escuela ese día. Pero su mamá, Nina, insistió. "Guardá los días por si te enfermás", le dijo. Entonces Rodrigo se reunió con su compañera Romina, buscaron a otra joven más y se dirigieron al Instituto Nº2 Islas Malvinas. En la escuela el panorama era el mismo de todos los días: los estudiantes conversaban en los pasillos a la espera del timbre que indicaba que tenían que ingresar al aula. Dos compañeras de Rodrigo hablaban entre risas sobre "el camperón verde" que ese día llevaba puesto "Junior", otro de los alumnos de su curso, al que todos consideraban un joven muy callado e introvertido. Para Rodrigo el detalle de la campera no era nada que llamara la atención. "Cosa de chicas", pensó. Sonó el timbre. Los alumnos del 1° B entraron al aula. Ni el preceptor ni el profesor de Derechos Humanos, que estaba a cargo de la primera clase, se encontraban allí todavía. Eran las 7.30 de la mañana. Mientras chicos y chicas conversaban entretenidos, Junior se paró en frente del curso. Miró a todos, regresó a su banco, buscó algo y volvió a pararse delante de sus compañeros. Sacó una pistola Browning 9 milímetros. Hasta ahí, nadie percibía lo que estaba por suceder. "No dijo nada. Disparó. Yo me empecé a reír porque con Fede pensamos que era una pistola de cebita. Con el segundo disparo vi la vaina de la bala. Ahí empezaron a gritar todos. Ahí me dije: «Esto no es joda»", recuerda Rodrigo. Tampoco Romina Procopo dimensionaba lo que estaba ocurriendo. "En el momento, le dije a la chica que se sentaba conmigo: «Mirá, un arma de juguete». En ningún momento pensamos que era de verdad, hasta que vimos sangre y que a una chica se le dieron vuelta los ojos". De a uno, los que recibieron los impactos fueron cayendo al suelo. Sonaron 12 tiros. Sandra Núñez, Evangelina Miranda y Federico Ponce murieron. Natalia Salomón, Nicolás Leonardo, Cintia Casasola, Pablo Saldías y Rodrigo Torres sobrevivieron a pesar de las heridas que, en el caso de los dos últimos, fueron de extrema gravedad. Con uno de los balazos, Rodrigo se desmayó. "Cuando me desperté, los vi a todos tirados. A Evangelina detrás de mí. A Sandra en uno de los bancos, con el pelo en la cara y los ojos abiertos. Y a Pablito tirado arriba de Fede, que estaba boca abajo. Traté de sacar a Pablito, pero no me podía ni agachar. Vomitaba sangre todo el tiempo", relata el joven. A pesar de la escena dantesca que se desplegaba alrededor de Rodrigo, él se mantenía sereno. "Desde que me paré, sabía que iba a estar bien, no me preguntes por qué. Nunca tuve miedo". Junior salió del aula y cayó arrodillado en uno de los pasillos. Dante, su amigo, le sacó el arma, le gritó: «¡Qué hiciste!», y lo rodeó con los brazos. Entre gritos y corridas, crecía la confusión. Minutos después comenzó a correr la noticia en el pueblo. Nina trabajaba a unas cuadras de la escuela. "Sentía las ambulancias. Le dije al médico que trabajaba conmigo: «¡Cómo suenan las sirenas!. Pobre gente. También los bomberos. ¿Qué habrá pasado? ¿un accidente?»". La respuesta del médico la dejó paralizada: "¿No escuchaste? Entró un loco a la escuela Malvinas y empezó a los tiros". Él no sabía que Rodrigo iba a ese instituto. Como muchas otras madres y parientes y allegados a los alumnos, Nina corrió desesperada hacia la escuela. El lugar era un caos, y así permaneció durante unas horas aquella mañana en la que cambió para siempre la historia de Carmen de Patagones.
UN CHICO CALLADO
Había indicios, aseguran sus compañeros. Algo no andaba bien en la vida de ese adolescente que casi no hablaba con nadie. Romina recuerda que cuando iban a jugar a la casa el padre lo llamaba para retarlo, no lo dejaba pasar mucho tiempo con sus pares. Rodrigo dice que varias veces lo sacaron del aula "para hablar", aparentemente por "conflictos" que el joven atravesaba. Y que una vez llegó temprano y se lo encontró sentado a oscuras en el aula, solo. Los docentes también lo recuerdan como un joven muy callado , muy introvertido, que casi no participaba en ninguna clase. RS (las iniciales de su nombre) solo socializaba con Dante , otro alumno del colegio, al que muchos señalaron como "el autor intelectual" de la masacre. Junior vivía en Patagones con su padre, miembro de la Prefectura, su madre y un hermano menor. El arma que usó para disparar pertenecía a su padre y estuvo a su alcance con dos cargadores llenos. Tiempo después de la masacre, la jueza Ramallo diría que la familia del joven era "gente humilde, que está desconcertada, shockeada, muy triste y que no comprende qué ha pasado". Estas palabras fueron mencionadas en una conferencia de prensa en la que la magistrada procuró mantener alejado al periodismo del joven que, por ser menor de edad, no podía ser condenado como adulto. Tanto él como Dante, junto con sus respectivas familias, abandonaron el pueblo luego del trágico evento. A Junior le cambiaron la identidad y fue a parar a un instituto de máxima seguridad en La Plata. Nadie sabe dónde se encuentra hoy .
UN LARGO PROCESO DE RECUPERACIÓN
Luego del ataque, se decretó en Patagones un duelo de tres días, tras los cuales los alumnos de la escuela Islas Malvinas retornaron de a poco a las aulas. Pero los chicos del 1° B todavía no estaban listos. Recién 15 días más tarde algunos de ellos volverían a pisar la escuela . "Fue todo muy significativo. Se formaron en el centro de la escuela y toda la comunidad educativa estuvo alrededor de ellos. Padres, alumnos, docentes. Fue un abrazo comunitario a los chicos", recuerda entre lágrimas la directora de la escuela. "Era como «atontante», no sabía qué hacer., si llorar., era una situación rara", confiesa Romina, que terminó allí ese año, pero luego decidió continuar sus estudios en otra institución. Sin embargo, años más tarde volvería al Malvinas. Hoy atiende el quiosco y la fotocopiadora de la escuela y asegura sentirse cómoda allí, aunque evita el aula de la masacre. "Si entro es como que veo sangre. Son esas cosas que a uno le quedan", se excusa. "Volví a la escuela apenas pude caminar. Era una necesidad que tenía", cuenta por su parte Rodrigo, que estuvo varios meses internado en un hospital de Viedma. "Fue rarísimo, todos me miraban. Yo necesitaba reconstruir, entender qué pasaba", sostiene. Pablo Saldías, el más lastimado de los sobrevivientes, regresó a clases, en otra escuela, recién al año siguiente. Había pasado por una difícil recuperación. Perdió órganos vitales, permaneció cuatro días en coma y otros 15 en terapia intensiva. "Fue raro volver. Encima, cuando salí de casa, tenía cámaras de televisión que me acompañaban. Tenía 15 años, no entendía lo que pasaba", recuerda.
EL ROL DE LOS DOCENTES
¿Qué rol cumplieron los docentes y profesionales de la escuela en toda esta situación? Muchos padres aún los responsabilizan por lo sucedido . "Esa es la bronca más grande que tenemos los papás. Se podría haber evitado. Es pura y exclusivamente responsabilidad de la escuela. Deberían haberle hecho un seguimiento a Junior. Haber citado a los padres. Tenían herramientas y estrategias para hacerlo", dice Nina. Claudia Kloster, mamá de Pablo Saldías, coincide. "Dejaron a nuestros hijos con un chico que sabían que tenía problemas. Todavía no se resolvió, no se tomaron las medidas correspondientes. Fue más lo que se tapó que lo que se hizo". Para Adriana Raumec, la actual directora de la escuela, las cosas sí cambiaron para mejor. "Lo que hemos trabajado siempre en relación con lo que nos sucedió es que todas nuestras actividades y nuestras acciones tienen el objetivo de anclar a los alumnos a la vida. Y en la educación desde la no violencia, desde la paz", asegura. También afirma que se hicieron algunas reformas edilicias en cuanto a la seguridad luego de 2004, como puertas antipánico y ventanas de emergencia en todas las aulas. Ahora, cada 28 de septiembre se realiza una "Jornada de la no violencia en el ámbito escolar". "Nuestro objetivo siempre es relacionar la escuela con la vida. Con el proyecto y con el futuro. Desde ahí se trabaja. No desde el morbo, desde recordar lo negativo, sino que esto tan doloroso, que es parte de la vida, nos tiene que posibilitar un aprendizaje", explica Raumec.
CARMEN DE PATAGONES HOY
Pasaron siete años y los sobrevivientes de aquel 1° B ya son todos mayores de edad. Muchos permanecen en el pueblo, otros emigraron. De a poco y con esfuerzo, Carmen de Patagones retomó sus hábitos, pero nadie en el pueblo desconoce la cicatriz que dejó el 28 de septiembre de 2004. "Patagones quedó muy marcado. Hay un antes y un después del episodio. Es una ciudad chica, tranquila, en la que no pasa demasiado", sostiene Incaminato. No es la única. La actual directora del Instituto islas Malvinas advierte que el pueblo quedó estigmatizado. "A cada lugar donde voy, en cuanto decís: «Carmen de Patagones», lo relacionan enseguida. Me ha tocado como ciudadana común vivir esas situaciones, sin que sepan que formo parte de la escuela. Es complicado que nos conozcan por algo malo. Es una comunidad tranquila y tenemos jóvenes muy valiosos. Duele que nos recuerden por algo tan triste", confiesa Raumec. Lógicamente, los que más sufren este triste reconocimiento son los mismos sobrevivientes. Pablo Saldías ya no vive en el pueblo e incluso suele negar que es de Patagones. "Hasta en el boliche te pasa. Vas a pasarla bien con tus amigos y te preguntan: «¿De dónde sos?». «De Viedma», les contesto", cuenta el joven, que dice estar orgulloso de su procedencia pero sufre la estigmatización de su pueblo. Cuando dice la verdad, lo primero que le preguntan es si conoce el caso del «loco que mató a tiros a sus compañeros»". Para él, ese no es un tema de conversación cuando busca distenderse. Los que continúan en Patagones, como Romina Procopo, también sufren por lo ocurrido hace siete años. "Todavía hay cosas que me cuestan. Sufro pánico a los ascensores y a las escaleras mecánicas. Después de 2004 me volví un poco fóbica", reconoce. A siete años del trágico 28 de septiembre, el pueblo sigue luchando por ser conocido por algo más que la masacre que marcó a fuego a toda una sociedad.
Producción audiovisual: Matías Aimar, Carlos Bonardi y Yanina Ronconi
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